sábado, 21 de mayo de 2016

Vomitando mis demonios

No creo que nada sea más asqueroso y liberador al mismo tiempo que “el vomito”, sacar eso podrido que llevamos dentro, eso que nos incomoda y que no puede estar más en nuestras entrañas. Pero qué hay de vomitar todos esos demonios que llevamos en el interior que nos persiguen sigilosos y que aprovechan cada oportunidad para salir y dejarnos ver que siempre nos acompañan. Hoy por un momento me gustaría vomitarlos todos y verlos cara a cara, no sé si con la intención total de enfrentarlos, pero sí de mirarlos y preguntarles hasta cuándo. O tal vez gracias a mi obsesión por organizar, empiece a clasificarlos; por época en que aparecieron, por intensidad, por cantidad de apariciones. O sólo me quedé mirándolos para darme cuenta mi cordura se desvanece al hablar con ellos. Finalmente vomitarlos y que alguno por descuido se quede fuera y ya no regrese.


-Juannytha.

sábado, 20 de junio de 2015

Mi cita en FUCAM


El jueves tuve mi cita en FUCAM, ya que he tenido algunos padecimientos. ¿Qué es FUCAM?  FUCAM es una fundación de Cáncer de mama en la Ciudad de México, cuya misión es procurar el diagnóstico, tratamiento y seguimiento especializado en cáncer de mama desde el año 2000. Es mi tercer cita esta vez, la primera fue la de “primera vez” para ver el motivo de consulta es decir explicar los padecimientos que he tenido, la segunda para los estudios y esta tercera para que te den el diagnóstico.

Asistir a un lugar como FUCAM es un escenario de sentimientos encontrados. El lugar está perfectamente ambientado en cuanto a instalaciones y plenamente organizado. Sólo puede entrar el paciente ya que no se permiten acompañantes. Decenas de mujeres acuden cada día a consulta o para tratamientos, estudios y cirugías. La primera vez que acudí, tenía nervios, hay varias salas de espera, todas ellas con muchas pacientes. Mujeres de todas las edades; desde jovencitas, mujeres adultas y ya mayores. Acuden mujeres que asisten por primera vez por alguna molestia en los senos o las que ya llevan tiempo y están en tratamiento. Las mujeres que reciben quimioterapia son las que más me han impactado, ya que asumen con buena actitud (no queda de otra) el padecimiento. También se ven pasar acompañadas de una enfermera a las mujeres que valientemente tienen que enfrentar la cirugía. Voltear a mirar a cada una y encontrar en su mirada un abrazo solidario como compañeras del mismo dolor. Se escuchan todo tipo de conversaciones con historias desde trágicas hasta las más triunfantes que sólo asisten a corroborar que siguen sin nada. En cada una existe incertidumbre y esa incertidumbre es la que acaba. El personal es muy cálido y los médicos son muy respetuosos y hasta amorosos. Creo que se necesita esa calidez para aminorar la molestia que implica un padecimiento de esa índole.

La espera se vuelve eterna y no queda más remedio que aguardar el turno, mientras el sonido del timbre de los turnos de la caja junto con los murmullos de las charlas inundan el ambiente; mujeres hablando entre sí o contestando una llamada, algunas más mandando mensajes, leyendo un libro, hojeando una revista, tejiendo, otras sólo observan como yo. El tiempo transcurre lento no así como la paciencia que combinada con la incertidumbre se torna en desesperación. El clima lluvioso de la ciudad no ayuda mucho en el ánimo. Escuchar tu nombre y saber que estas a minutos de recibir buenas o malas noticias. Cruzar la puerta a los consultorios y alejarte de ese murmullo implica que estas pasando por un momento muy serio que sólo es soportable por las risas nerviosas de las demás pacientes. La espera en el pasillo de los consultorios es menor en tiempo sin embargo transcurre de forma tortuosa y el miedo crece. Esas emociones encontradas finalmente se disipan ya dentro del consultorio.

Comienza el interrogatorio para descartar problemas heredo-familiares que puedan contribuir a un problema mayor y después de una pausa de segundos que yo percibir de minutos, me dice simplemente; Salió bien, me explica, me da una lista de recomendaciones y me incida que debo asistir en una año para chequeo. Pude sentir como el alma me regresaba al cuerpo, la angustia se esfumo y lance un suspiro de alivio (y para mis adentros un ¡Gracias a Dios!). La recomendación más reiterativa fue la de la autoexploración. El cáncer de mama cobra la vida de miles de mujeres en el mundo, sin embargo también miles se salvan si se detecta a tiempo. Me siento muy afortunada de no tener un padecimiento grave, pero es una realidad que la lección más grande que recibo esta vez (y de nuevo), es que la salud es muy vulnerable y que cualquier padecimiento no debe tomarse a la ligera. Además que es un deber cuidarse. Ahora estoy pensando en participar en la carrera anual que organiza la fundación en el mes de Octubre, nunca he sido muy deportista en mi vida, pero es una causa importante. Si alguien necesita información sobre los servicios que brinda esta fundación, lo podrán encontrar en la página: www.fucam.org.mx

viernes, 12 de junio de 2015

Escribir



Creo que este es el momento para retomar esa saludable costumbre de escribir, escribir por el simple hecho de expresar, de comunicar al mundo a ese ser interior que se desborda y que necesita un espacio allá afuera. Llega un momento en el que las letras salen de forma natural y fluyen incontrolables, pero otras veces simplemente se resisten y hacerlas nacer resulta tan trabajoso y complejo cual parto.

En realidad los motivos para escribir no faltan, ya que siempre suceden cosas; cuando no es la lluvia, es el trabajo, el peso, los hijos, los amores, la luna, el café, la política, los libros, los reencuentros, la edad, la moda, las canciones, las redes sociales, la naturaleza, la historia, los besos, la limpieza del hogar, las charlas, los congresos, las amigas, el trafico, la comida, el pasado, el futuro, los fines de semana, la poesía y así muchas cosas más de que escribir, pero lo que realmente cuenta es tener algo que decir al respecto. Y que llegue esa singular palabra “inspiración” en el momento adecuado.

Normalmente en mi caso llega a la hora de la ducha, y me cuestiono ¿Porque en ese momento? o mientras estoy caminando, o cuando estoy a punto de dormir, o  a la hora de salir en las mañanas justo con el tiempo medido para llegar al trabajo, o en el transporte, o en el cine, o en plena sesión, o en la junta escolar, en infinidad de situaciones.


Hace tiempo escribir de la hoja en blanco, esa hoja que tortura de tan vacía que esta, pero una vez que consigues hacer que tus dedos trabajen al ritmo de la mente dictadora (de dictar), puedes notar que todo eso que guardas para ti, simplemente es compartido y hace brotar letras y palabras que ahora ya tienen un sentido. Espero no claudicar en esta placentera actividad que desahoga mi alma y que me permite expresar mi particular visión de ver la vida.

Imagen de: http://es.wikihow.com/escribir-una-novela

martes, 17 de junio de 2014

Historias que no nacieron para ser contadas

 
 
 
Las historias narran más allá que una serie de acontecimientos, emociones. Pueden ser cortas o largas, felices o tristes, reales o imaginarias. En forma de canción o plasmadas en un libro, narradas en la calle o vía telefónica, propias o ajenas. Pero finalmente representan una porción de la vida misma. Para mi existen dos tipos de estas historias que no nacieron para ser contadas. Las que no se viven y por lo tanto no nacen y las que se viven, pero no se cuentan. Y no me refiero a las historias inventadas por un escritor, sino a las historias de vida.
Si hay algo que la vida me ha enseñado es a no esperar nada de nadie. Esto puede sonar muy radical, pero es que tras varias no muy gratas experiencias, opte por no construir expectativas ya que después la caída es muy dolorosa. Más que estar a la defensiva en el aspecto emocional, soy cautelosa. Cuando siento que piso terrenos peligrosos no lo pienso y me alejo hacia tierra firme. Una idea invade mi mente, la película de mis recuerdos corre y me detengo a observar las escenas más amargas y mi alma reacciona. Es cuando recurro a una frase muy mía, como si al decirla comenzara un proceso informático de alerta. “Hay historias que no nacieron para ser contadas”, esta frase tan simple involucra; a la vida, al destino, a la casualidad y también a la causalidad. Es un freno irrefutable pero también una salida. Alguien me dijo alguna vez: ¡no la cuentes, vívela! Pero la idea es precisamente esa, no vivirla, para no contarla. Vaya, es algo más que un texto, que rayaría en verso. Es alejarme cuando la situación no va a llegar a nada, y eso resulte incongruente con mi primer punto de no esperar nada de nadie, pero más vale tomar esa postura en casos que terminaran lastimándome.
Por otro lado existen esas historias que se viven, pero que no se cuentan. Que se ocultan, que pretendemos olvidar, que se guardan, que se anidan en lo más recóndito de nuestro ser. Que por muchas razones no contamos, ya sea que son dolorosas o nos de vergüenza contarlas. Se sufren en silencio, se reviven siempre, pero se callan todo el tiempo. No son historias que se expongan en una comida familiar, ante las amistades o en áreas socialmente aceptadas. Por lo regular quedan en el ámbito de lo privado. Se cuentan al mejor amigo, al psicólogo, al sacerdote. Algunas historias se narran con gran valentía, ante un juez, una sesión grupal, un familiar muy cercano. Pero siempre con la reserva del “secreto”. Si alguna vez llegan a salir a la luz, puede ser algo muy doloroso o vergonzoso. Y más cuando la gente le agrega situaciones que no son. Cuando lo privado se vuelve público. Cuando las historias se cuentan, cuando las historias no debieron ser.
Esas historias sin embargo viven ya sea en la posibilidad de ser y se detienen. O en guardadas en el pasado, ocultas. Sólo que lo que no se vive y se añora también tiene su pedazo de historia. Y lo que se guarda tarde que temprano sale a la luz.
 
 

lunes, 9 de junio de 2014

Esto de dejar fluir




Recuerdo que cuando tenía 16 años, mi vida era tan compleja, tan difícil y tan oscura. O al menos en mi mundo adolescente así la veía. Comencé a escribir mis primeros pensamientos en un diario, después me dedique a escribir poesía. Una poesía tierna y romántica, pero a la vez fuerte y desgarradora donde plasmaba historias de amores no correspondidos y de la incomprensión total de mi familia, de mis profesores y del mundo en general. Tenía la bendición de tener mi propia recamara y hacer de ese espacio un refugio total, caótico pero al fin un refugio. Ese caos personal en el que estaba inmersa me doto de una particular fuerza, misma que me ayudo a soportar muchas situaciones propias de mi edad. Ni por un instante me cruzo la idea de que gracias a esas letras no desfallecí, que lo que estaba haciendo era catarsis pura. Y tras mirar esos escritos a mano, evoco episodios de mi vida que narran situaciones que me dan ternura, aunque en aquel entonces eran situaciones de vida o muerte. Así son las vivencias intensas mientras se viven y después cada uno le da el valor que le plazca, inclusive se  va modificando con el tiempo la apreciación de esas anécdotas.

 

Hoy en día que la manera de mirar la vida y los problemas ha tomado otro matiz, y es -creo yo- más necesario el expresar las emociones. Escribir es para mí, una expresión que va más allá, que desata nudos emocionales que no han logrado salir por la garganta. Que son pensamientos fluidos y precisos sobre situaciones concretas. Esto de dejar fluir, incluye más que aceptar las cosas que suceden (y del modo en que se presentan), sentir y sobre todo expresar ese sentir. Si bien es cierto que antes no existía un medio tan “público” de expresarse. No por ello se limitaba al anonimato. Siempre se buscara un lector, alguien con quien compartir esas letras que fluyen incesantes como rio, ya que muchos contenidos no son con dedicatoria. Las musas aparecen y se escribe, el trasfondo de las letras queda como siempre en el corazón de su autor, el resultado es un sentimiento que no va direccionado, que fluctúa a cualquier sitio y a cualquier corazón.

 

Esto de dejar fluir me permite desnudar el alma, volcar lo que llevo dentro, lo contenido, lo resguardado, lo…reprimido. Esto de dejar fluir me sitúa en una posición liberadora. Esto de escribir es algo que necesito hacer, que mi corazón no puede contener más, y que a diferencia de esos tiernos 16 años, ya no lucho contra ninguna opresión emocional en forma de padres o de autoridad, más bien fluyo en esta avalancha de vivencias que me ha tocado librar. Esto de dejar fluir me gusta.